lunes, noviembre 11, 2013

Rozó la barandilla y sintió el frío de la noche que recorría sus dedos, su mano y subía por el brazo, en contraste con la calidez de la mano que reposaba en su hombro. Se giró levemente para asegurarse de que ese peso no era el recuerdo de un cuerpo, y la vio allí, mirando exactamente igual que él, al horizonte infinito.
¿No crees que el invierno está tardando?
Ya sabes que siempre piensas lo mismo para, en dos días, arrepentirte de que el frío cale tus huesos.
Ya, pero me gusta acurrucarme en ti.
Él no le dio importancia. Nunca se la daba. Eso habría significado un signo de debilidad.

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