miércoles, febrero 26, 2014

Sabor salado

Hay ocasiones en que, aún estando feliz, las lágrimas se quedan en el borde de mis ojos. Hago el esfuerzo por contenerlas, y lo logro, mientras su pesar se mantiene en el centro de mi pecho, como una señal de que aún están, de que siguen agazapadas por si la ocasión les permite escapar de mis párpados abiertos y correr libres por mi cara hasta mis labios, donde sentir su sabor salado volverá a hacerme parar y respirar profundamente, una, dos, tres veces.

Puede que sepa por qué están ahí, o que no tenga ni idea, pero ellas son testarudas y se mantienen. Desafiantes las siento mirarme desde lo más profundo de mi ser y decirme ¿ahora qué? Ahora nada. Ahora, como siempre, seguir. O quedarme quieta, con la ilusión de que las comprenderé y, entonces, se transformarán en cristalinas gotas que escurren entre mis risas.

Las lágrimas me hacen ponerme mimosa. Echaros de menos. Tener ganas de abrazos, de esconderme en vuestros brazos, en vuestros cuerpos, y dejar que vuestro olor me recuerde que el mío es otro y que sola también sé caminar y sonreír al sol o las nubes.

El viento las secará. Pero, sobre todo, las dejaré ir yo. 

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