domingo, marzo 26, 2017

Decir no

No es el no lo que aterra, si no el vacío posterior. Elegir es necesario, pero los demás eligen también y no siempre cuadra. Podría pensar que ser la emisora y no la receptora del no cambiaría el guión de la película, pero la conclusión acaba siendo la misma. Hay quien daña por diversión, quien lo hace como salida y quien, simplemente, se ha dedicado a mentir mientras tejía una tela de araña imperceptible.

Hay algo positivo en que los mayores temores se cumplan. Cuando el miedo pasa de posibilidad a hechos puede agarrarse y lanzarse al cubo de la basura. Pasa a transformarse en la última vez que te has tropezado, tras la cual has seguido en el camino, sacudiéndote un poco el polvo del suelo y mirándolo depositarse de nuevo bajo las plantas de los pies, de donde nunca debió salir.

Nunca dejaré de sorprenderme, nunca dejarán de sorprenderme, siempre dejaré que me asombren. O no. Tal vez me canse de ser la que mira ese espacio en el que no quedan más que los ecos, a veces regados con lágrimas. Llega un momento en que da igual si porque duele, porque enfada, porque ocurre...

Me empeño en ver pautas. He dejado de buscar la melodía que dé sentido. No lo tiene. Esta línea argumental no me tranquilizaría y no deja de ser inventada. Escojo, de nuevo, con la única implicación de mi deseo. Tiro del hilo hasta deshacer el jersey tejido por manos ajenas. Basta de recorrer los puntos suspensivos que los demás dejan para que coma las migajas de su comilonas. 

Mis propios banquetes son lo suficientemente sabrosos como para saciar el hambre. Y no deja de ser irónico que el que pasaba hambre fueras tú. Yo estaba servida desde hacía mucho tiempo. 

Dejo a un lado la ropa húmeda para secarme en mi propio albornoz. No lo dejaré pasar. Esta vez no. Y, por eso, pasará. El peso mojado quedará en las aguas turbias en las que nadas. 

Me quedo conmigo. Tú sólo fingiste estar porque esperabas algo a cambio.


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