lunes, mayo 29, 2017

Nací para rubia, pero me quedé en castaña clara

Contempla sin ver lo que tiene enfrente. Oídos sordos a la vida que intenta golpear sus tímpanos. Ignora el saber y conoce tactos alejados de sí mismo. No se da cuenta. A su lado, el mundo. La cascada que existe es la de una cabellera ajena. Él nunca quiso melena. A cepillo. Ese es el recorte de su cabeza sobre el fondo gris porque escogió hace mucho olvidarse de los colores.

Agarra fuerte porque no sabe soltar. De esta forma, nunca le han sido necesarias las alas que se quedaron replegadas en algún momento lejano de una infancia inexistente. Estruja entre sus manos lo intangible, como si así pudiera conservar los latidos de un corazón olvidado. Zapatea con ritmo. No nota que son sus pies los que le hacen temblar en tres por cuatro.

Se gira lentamente para encontrar una sonrisa. Tarda unos segundos. Arruga los ojos para enfocar. Una mano pequeña le coge el brazo. Despeja su frente ante la incógnita. Involuntariamente, tersa los labios. 

La noche de eternas estrellas ha terminado. 

A R., cuyo cumplido dio pie a este relato. 

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