viernes, octubre 27, 2017

El sueño de la felicidad

Lo tenía clarísimo. Nada más ver la imagen lo comprendió. Era su futuro, ni más ni menos. Y se lo dijo a sí misma: «así voy a acabar, desnuda y rodeada de libros que serán mis muebles, mi cama, mi todo». No sólo es que se lo dijera, lo sintió en su piel. Cada milímetro de su cuerpo reaccionó a la que sería la caricia suave del papel, al tacto delicado de algunos cueros y telas de sus ediciones más queridas. Su olfato despertó con el aroma de tinta, tan conocido, tan querido, tan absolutamente suyo. Sus dedos se crisparon levemente ante la idea de toquetear, a saltos, páginas y páginas; sus ojos se entrecerraron soñadores de las mil y una historias que descubrirían para deleite de su espíritu, que dormiría tranquilo en las narraciones. 
La desnudez sería la alegoría de la ausencia de mayor necesidad que sus queridos libros y el resto de su tiempo estaría destinado a ellos.
No podía haber imagen que la hiciera sentir más feliz. Y así, poco a poco, y con delicadeza, fue descubriendo su cuerpo. A la vez que se quitaba la camiseta, recorría las pilas de libros que ya ocupaban su pasillo desde hace tiempo. Quería más. Se desprendía del sujetador mientras vaciaba la primera estantería y recolocaba los ejemplares por el suelo de su salón. 
Caía la falda desde sus caderas a sus pies con gracia, a la vez que la segunda librería de la sala era despejada. Aquí se detuvo con mayor delicadeza. Eran sus ejemplares de poesía, a algunos de los cuales les tenía especial cariño. Se regodeó, tirada en el suelo, ya desnuda, releyendo versos, poemas, dedicatorias y se dejaba mecer por el embriagador poder de la rima.
Continuó por toda la casa, desparramando libros y libros, pensando en las nuevas adquisiciones para cubrir algunos pequeños huecos en el suelo del dormitorio, y tras acabar, satisfecha, se tumbó, juguetona, sobre todos aquellos que ocupaban su salón. Alargó la mano, perezosa, para alcanzar cualquier libro al azar y lo abrió, igualmente, dejándose ir. 
La felicidad ocupó todo el aire y allí quedó, sin mundo alrededor, sin otros que no fueran los personajes que leía, hermanos ya, hogar. 

Para Á. cuya foto me inspiró, y para V. cuya conversación me llevó a este texto.

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