domingo, noviembre 19, 2017

Casa ajena

Recorre los metros de su piso y vislumbra en todos ellos los recuerdos de un pasado que le hizo daño. Reflexiona en sí y se descubre ajena al hogar que se ha construido en los últimos años. Terreno abonado por otros, ausente de su propiedad que la acoge por herencia, si bien lleva toda una vida desheredada.

Intenta recomponer el lugar al que pertenecer, pero los cimientos sobre el regalo de quien le quitó al nacer la capacidad de pertenencia, tiemblan bajo sus ya trémulas piernas. Los ladrillos se le transforman en anclas adheridas a profundidades que abandonó a duras penas en la adolescencia. Vacía cada hueco que puede para limpiar la maleza, con espinas que aún le pinchan y crean tormentas mojadas. Deja espacios en blanco para permitirse respirar sin marcos. Elige amorosamente cada nuevo objeto, escasos. 

Y, a pesar de todos los intentos, se mantiene ajena. No dirá que es su casa. No sentará las bases de la familia que es ella. No se consentirá bajar la guardia. Las lanzas siguen en ristre y los tambores de guerra retumban desde el pecho, aunque no los deje salir fuera. Presta a la guerra, no olvida heridas años ha cicatrizadas, las siente sangrantes y dolientes. No las deja y, con ellas, continúa el miedo y se mantiene presa. De sí misma, sin saberlo, ahogando las posibilidades de encontrar el lugar donde reposar la cabeza, los brazos, el cuerpo entero y su alma en pena. 

Escruta cada pared, que es el horizonte delimitado, para descubrirse en ellas. Es sus propias fronteras de las que no sabe salir, se enreda. Corta las ramas que ha creado y empieza a ver el claro. Dentro, muy dentro. Quizás lo logre. Ser su hogar. Llegar a él antes de volverse una viva muerta. 

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